Basta

La luz del atardecer es naranja, y se ve la silueta de una niña con vestido avanzando por la cuerda floja. Pone un pie delante del otro una y otra vez; a veces su mirada es como la de una autómata.

Da un paso en falso y sus ojos despiertan. No se cae. Se mantiene a salvo y continúa caminando. Caminando, caminando, caminando.

La cuerda se alarga a cada paso que da, y se afloja cada vez que duda.

Ella no quiere estar ahí, pero traga saliva y mira poco hacia abajo, donde la tierra se ha abierto para dejar una herida abierta de color verde que sangra agua cristalina.

El paisaje es hermoso, todo verde bañado en luz de sol.

Nadie sabe quién es o por qué está ahí. Se la ve cerrar los ojos con fuerza un segundo, queriendo retener emociones que le impiden ver su camino y avanzar.

Es como un personaje de Chéjov, pero sin encanto. Es insignificante. Es polvo.

La cuerda cada vez se afloja más. El peso de la responsabilidad la obliga a continuar, ya que si no avanza, cae con todo.

A veces sus labios se mueven, cuando susurra que quisiera dejar de ser polvo y ser una pluma, y caer sóla y aún más insignificantemente. Caer lentamente, inadvertidamente, suavemente. Arrastrada por la corriente de aire fresco que le revuelve el pelo suelto que se enreda en sus pestañas, como queriendo acariciar sus ojos y decirle: "basta, basta".

Susurra, pero el viento traga sus palabras que nunca serán oídas.

Basta, basta.

¡Gracias por leer mis estupideces!