Las capas de esta persona eran muy duras. Apenas se conocían la primera y la última.
La primera capa era dura, sujetaba un cigarrillo y se adornaba con una sonrisa irónica. Su voz era sarcástica. Su risa, afilada. Su mirada, fría. Su conversación aparentemente frívola.
Bajo este tipo de capas casi siempre hay una capa muy fina que cubre otra capa más. Si miramos un poco más atentamente a los ojos, podemos atisbar estas otras capas: la fina es de indiferencia y dureza. La otra es de amargura y resentimiento, cuidadosamente aderezada con un poco de aislamiento.
Por el tono de la risa, encontramos otra capa bajo esta última. La amargura y el resentimiento no son más que una cubierta para la decepción, la desesperanza, la apatía.
Que exista esta capa siempre implica que existe otra más de buenas expectativas y esperanza. Pero siempre lo suficientemente oculta como para mantenerla a salvo.
Bajo esta capa, encontramos la pasión y la fuerza.
Las otras capas impiden la rotura de esta última. Pero se han creado por la fragilidad de la misma.
Cada golpe genera una capa. Cada capa cubre la anterior para protegerla.
La protección puede hacernos olvidar lo que se encuentra debajo.