Despertar

¿Es posible que exista algo después de la muerte? ¿Llevo tanto tiempo equivocada?
No.
Me noto respirar.
No puede ser.
No quiero abrir los ojos.
¿Por qué respiro?
Todo ha sido para nada.
Cierro con más fuerza los ojos y noto una lágrima resbalar de mi ojo a mi oreja.
Tras mis párpados noto que hay una fuerte luz. No quiero verla. Estoy respirando, no es el cielo.

Me costó conseguirlo. Me sentía tan feliz... Se iba a acabar todo. Ya no tendría que seguir soportándolo.
Lo recuerdo. Una sombra borrosa entró en la habitación. Yo sonreía y le decía adiós con la mano. Por fin no nos volveríamos a ver. Iba a ser libre de mí misma.
Quería ponerme en pie y abrazar a la sombra por la dicha que sentía, pero mis rodillas fallaron y caí al suelo aún sonriendo.
Ante mis ojos se abría paso un oscuro riachuelo. Por la base era mucho más ancho, pero no alcancé a ver el origen. Era tan hermoso...
Rojo, era rojo.
Lloré de felicidad. Dejé que mi mente fluyera con el río hasta que noté que mis ojos se cerraban. Pronto no habría vuelta atrás...
Pero la hubo. No quiero abrir los ojos nunca.

Oigo mi nombre. Me preguntan si estoy despierta. Sin abrir los ojos, asiento. Quiero ocultar la cara, pero estoy inmovilizada.
No tendré más oportunidades.
Ahora que no ha habido fin sí que se ha acabado todo.

Parálisis

La hora a la que se despertó es indiferente. Era una noche de luna menguante, sin mucha luz.
Dormía. Respirar le resultaba cada vez más difícil. Sentía como si el manto de la noche le hubiera caído encima y la envolviera. Su respiración se aceleraba, pero no entraba oxígeno en su cuerpo. El aire se le agotaba. Sentía que iba a explotar si no daba una bocanada de aire. Su cuerpo quería revelarse, pero no era capaz de mover un sólo músculo.
Cada extremidad de su cuerpo comenzaba a doler de la fuerza que empleaba en tratar de romper con la asfixiante inmovilidad. Sólo su aparato respiratorio parecía responder y no obtenía resultado.
Le hormigueaba todo el cuerpo. Los sonidos de la noche eran lejanos, tapados por el propio sonido frenético de su pulso. Su resistencia era cada vez más inútil.
Abrió los ojos. Sus cuerpo ya no oponía resistencia. Ya no notaba la dificultad para respirar.
Se incorporó y se levantó de la cama, sin atreverse a mirar aquél lugar que la había mantenido apresada inmóvil. No era miedo, ahora todas sus emociones se sentían lejanas, ajenas a su cuerpo.
Más por costumbre que por necesidad, fue a lavarse la cara. Esperaba que sentir el agua fría sobre su piel despertaría su mente y su cuerpo, pero salía caliente, a su misma temperatura, y ella no sentía nada.
Su reflejo en el espejo sobre el lavabo le devolvía la mirada. Con el tiempo casi había aprendido a aceptar esos ojos que siempre había odiado, pero no pasaba así con el resto de sí misma.
Esta vez no apartó la mirada, asqueada. Se mantuvo así. Ya no sentía vergüenza o dolor, aunque tampoco lo contrario.
El reflejo del espejo tenía algo inquietante. Como si no fuera ella. Como si fuera la primera vez que contemplaba ese cuerpo, esa cara. Sus rasgos eran menos marcados. No más bonitos, pero más suavizados. Su nariz, que antes era tan larga como su cara, sólo era una nariz alargada. Sus ojos minúsculos solo eran algo más pequeños de lo normal.
Aún así, no era un rostro bonito, ni una silueta agradable.
Se secó la cara y las manos, y volvió hacia su habitación.
En su cama las mantas enrolladas parecían formar un cuerpo tendido. Cuando las levantó para entrar, se quedó paralizada.
Tendida en la cama se encontraba ella.
Tenía los ojos abiertos, como contemplando la nada. Estaba inmóvil. No respiraba, no parpadeaba.
Sus brazos se cruzaban en su pecho, y sus manos aún reposaban en su cuello, como si siguieran apretándolo.

Materia

El mar azul se lanza con fuerza sobre las rocas, dolorosamente. Daña sus olas inmateriales, seres sin cuerpo que parece que tratan de escapar desesperadamente del océano, con las agujas negras de lava que sobresalen en el acantilado. Un aerosol de espuma blanca cubre como una manta el borde del agua, parece una luna hecha trizas. Luego cae e inútilmente trata de aferrarse con millones de dedos transparentes a la piedra.

Pero vuelve al mar inevitablemente. Y vuelve a lanzarse y a caer. Vuelve a creer en su ser, vuelve a ser casi sólida para convertirse en unas simples manos líquidas sin capacidad de empuñar las espadas negras que se clavan en su figura incorpórea, desgarrándola. Sangra, y su sangre es tan intangible como su forma. Sus manos son sólo caricias efímeras, pero perseverantes.

Vacío

Ahora tenía miedo de algo mucho más terrible. Tenía miedo de que cada vez tenía menos miedo.



(A veces las palabras no pueden expresar lo que la ausencia de palabras explica detalladamente, y el vacío tras el punto final está más lleno de significado que todas las palabras que se encuentran antes de él.)

.

Cada vez le resulta más difícil salir a la calle. Es como si estuviera en una reclusión voluntaria.
Esta reclusión voluntaria también se ha traspasado poco a poco a su mente. Ni siquiera yo sé llegar hasta ella.
Antes tenía facilidad para escribir sus sentimientos, ahora todo lo escrito resulta inconexo, indescifrable. Quizá ni siquiera ella sea capaz de entenderlo completamente.

He intentado varias veces descifrar qué pasa por su cabeza. Pero todas y cada una de estas veces me ha sonreído y ha conseguido desviar la conversación a algo gracioso o banal, hasta que me olvido o me doy cuenta de que no podré conseguir entender nada.

Su sonrisa parece sincera. Parece tan sincera que no puedo evitar preguntarme cuándo dejó de sonreír de verdad.

No es la misma desde entonces, ambas lo sabemos. Creo que a ella no le importa. Ahora mismo es como una mula que trabaja día a día sin pensar, sin vivir. Cumple su función de sobrevivir y de hacer creer a todos que su vida sigue siendo igual y que sus ojos son tan alegres como antes.

Quizá deba dejar de importarme a mí también y abandonarme a la simple existencia de cumplir con mi papel en la vida. Quizá los humanos no seamos tan importantes, somos solo una pequeña parte del universo que a nadie importa si vive o si muere.

Pronto seremos como hormigas, y ya nada importará.

La lágrima

Otra noche que decido pasar pegada al cristal de la ventana. Hace mucho que no consigo dormir.
Solo el viento se atreve a susurrar esta noche. Susurra sobre los reflejos blanquecinos de la luna en las copas de los árboles.
Aprovecho el reflejo en la ventana para observarla a ella. Tampoco duerme, pero no cruzamos palabras.
Está sentada en su sofá, con la mirada perdida de los que nunca han podido encontrarla realmente. Está quieta, aunque juraría que a veces acaricia con los dedos el terciopelo viejo, endurecido y apelmazado que cubre el reposabrazos, sin apenas mover la mano. Por lo demás, está completamente rígida. Y pálida, siempre está pálida.
No parece molesta por el fuerte olor a putrefacción que desde hace unos días invade la casa. Ni una mueca, ni una palabra; casi parece que no lo hubiera notado.
Sin embargo, hay algo inquietante en su no moverse, en su silencio. Y sobre todo en sus ojos perdidos. No puedo verlos realmente. Un conjunto de sombras se han encargado de que tomen forma de pozo profundo. Sin embargo, cada vez que los miro parece como si se clavaran en mí y a la vez me atravesaran para observar por la ventana.
Una lágrima oscura se desliza por su mejilla. El oscuro reguero se divide y pronto descubro que la lágrima tiene cientos de cuerpos que recorren con miles de patas desesperadas su cara, invadiéndola con chillidos agudos.
Abro la boca horrorizada, y el reflejo de la ventana me devuelve el gesto. La marea de patitas se precipita desesperada hacia el interior del último pozo descubierto.

Me hacen cosquillas en la garganta.

¡Gracias por leer mis estupideces!