Ecos de ti


Me cuesta creer que mañana me despertaré y no te veré en la cocina, nevando todo con harina, sacando una copita de algo para bebértela tú mientras haces la comida y diciendo que ese es el ingrediente secreto.
Me cuesta creer que tus sabores no volverán a estar en nuestra mesa. Sólo un ligero toque que nos has dejado en herencia. Tus bromas, tu humor afilado, tus comentarios irónicos, todo eso se fue contigo.
Tengo miedo de no poder recordarte todo lo que te mereces ser recordado.
Por eso te escribo tanto últimamente. No quiero perder lo poco (o mucho) que queda de ti.
Tu eco te hace presente. Siempre lo estás. Y aunque mi cabeza no sea buena recordando, mi cuerpo sí. Mis manos no olvidan tu pelo entre mis dedos, mis brazos aún saben cómo se sentía estar entre los tuyos, mis mejillas saben cómo es que las pellizques. Mis oídos aún tienen restos de tu voz.

¿Cómo es posible que el mundo siga girando tan tranquilamente ahora que ya no estás? ¿No se tendría que haber detenido? Si todo es tan relativo, ¿cómo es posible que el tiempo haya seguido sin pararse, sin ralentizarse al menos?

Te escribo

Todavía no me siento lo suficientemente fuerte como para llorarte todo lo que tengo que llorarte.
No me lo creo. No lo creo. No creo.
Te escribo a ti que no puedes leerlo. Te escribo porque resulta que me leías. Te escribo porque te pienso y quiero ser tan fuerte como tú. Te escribo porque sigo teniendo el reflejo de poner un plato más en la mesa. Te escribo porque escribirte es hacer como si estuvieras aquí. Escribir es materializar. Te materializo.

¡Gracias por leer mis estupideces!