Hola.

No escribo mucho últimamente. No sé si eso es algo bueno o malo. Suelo escribir cuando me carcome algo por dentro y soy incapaz de expresarlo abiertamente.

Por lo general, he tenido dos motivos en mi vida para no escribir. El primero, es sentir que no logro nada haciéndolo. Que no soy capaz de arrancar de mis sesos las ideas absurdas que se enganchan con sus uñas afiladas hasta hacerlos trizas. Y que no vale nada ni una sola palabra que salga de estas manos conectadas a un cerebro inútil.

Esta sensación me ha acompañado muchos días encaramada a mi espalda, susurrándome al oído, apretándome el cuello. Admito que cumplió la función de no dejarme sentir sola.
Mi otro motivo no sé muy bien explicarlo. Es como si aplicara una anestesia a esos pequeños demonios insistentes y se quedaran simplemente durmiendo en el mismo sitio.

Absurdo. No preocuparme me hace sentir que no estoy utilizando completamente mi cerebro. ¿No es como una prueba más de que la ignorancia hace la felicidad?

Lucho contra esos pensamientos cada día y voy ganando la batalla. Creo que he tomado la inteligente decisión de no tener miedo a sentirme estúpida.

Aun así, no doy la guerra por ganada. No aguanto siempre en pie. A veces ellos despiertan y me golpean con sus pequeños puños hasta que soy un amasijo de carne acurrucada en el suelo. Pero cada vez son menos estos días.

Y no negaré que tengo miedo. Temo no preocuparme, temo estar con la guardia baja cuando llegue el momento de caer. Me siento ciega, como disfrutando de una caída con los ojos cerrados creyendo que el paracaídas se abrirá solo en el momento justo, pero sabiendo, en el fondo de mi mente, que esto no va a ocurrir.

Sin embargo, ¿no es eso la vida?

Disfrutar con los ojos cerrados de la caída sin temer el golpe final.

¡Gracias por leer mis estupideces!