Árbol en otoño

Hoy he mirado al suelo por primera vez en mucho tiempo y está más lejos de lo que recordaba, cubierto de mis propias hojas. 
No me había dado cuenta de lo marrones y quebradizas que se ven mis ramas sin ellas.
Es mi primer otoño.
Antes era casi verde al completo. Mis hojas eran verdes y tiernas, y disfrutaban la caricia del rocío por la mañana.
Antes la tierra húmeda refrescaba mis raíces, que hoy se agarran con aún más fuerza a la sequedad de este prado. Ahora el viento me golpea.
Acabo de recordar que una vez tuve flores blancas. Las abejas me hacían cosquillas al posarse en ellas.
El amanecer era entonces un bien esperado. Me permitía a mí mismo disfrutar de la luz durante el día. Me refrescaba en la noche.
Estoy cansado. Ahora nada es bueno. El sol es escaso de día y me horroriza ver que es insuficiente, y por eso temo siempre que llegue el albor. Pero la noche tampoco me agrada: es tan fría y silenciosa que me hiere.
Me gustaría poder cerrar los ojos y dejarme morir. Sin embargo, los ojos siempre terminan por abrirse para demostrarme que sigo vivo. Y seguir vivo se ha convertido en un castigo inevitable...


Un día se me acercó un hombre. 
Se colgó de mi rama más fuerte intentando morir.
Mi rama se partió. Se partió mi rama, y él seguía vivo.
Recogió su cuerda. No lloró. La recogió y susurró, como si supiera que yo le oía: "Lo más trágico de la muerte es seguir vivo". Y se fue.
Esa noche llovió, por primera vez en muchísimo tiempo. Mi rama seguía tirada en el suelo, y fui consciente de que con el tiempo sería mi propio alimento.
Y aún así, yo seguía vivo.

Hola, gracias.

He vuelto de otro "descanso" del blog. Lo pongo entre comillas porque admito que lo extraño muchísimo, pero no encuentro últimamente tiempo para escribir más que en la pequeña moleskine que llevo siempre conmigo y que estoy a punto de terminar.

Tiene sus ventajas eso de escribir a mano. A veces me dejo llevar por el momento y las palabras se transforman en dibujos imposibles que jamás verá el mundo.

Aún así, hay tantas cosas que no soy capaz de sacar abiertamente casi que ni desde mi mente, que escribir aquí me sirve de terapia. Es mi grito mudo al mundo que me rodea.

Sé que tampoco sois muchos los que me leéis -si es que alguien me sigue leyendo-, pero me reconforta saber que algunos estáis ahí, y que mis pensamientos traducidos en metáforas o historias inconexas no se quedan ocultos para siempre en los rincones de mi cabeza.

Sé que este tipo de entradas carecen de interés, probablemente muy pocos la lean... Pero aún así, necesitaba recordar aquél que haya llegado hasta aquí lo agradecida que estoy, y lo importante que puede ser aunque nos separen miles de kilómetros... porque al fin y al cabo, mientras yo escribo y tú me lees, ambos no estamos solos.

¡Gracias por leer mis estupideces!