Agujero negro

El frío recorre con sus dedos minúsculos todo mi cuerpo. Me acaricia los brazos, las piernas, los párpados. Me seca los ojos con su aliento. Se enreda en mi pelo, se descontrola bailando con él.
La luna me alumbra tenue. Me empalidece. Su luz se extiende por mi piel y salta en el cristal de mi reloj, lamiendo las manecillas diminutas, que siguen su camino como filas de hormigas.
Camino descalza, el suelo se queja de mis pasos, cruje. Hojas, ramas resquebrajadas, escarabajos, orugas, gusanos, todo se pelea con mi presencia.
Susurros roncos se abrazan a mis oídos, me advierten. Gritos. Pero no puedo parar. Me siento inevitablemente atraída a ese lugar.
El viento me empuja hacia él con violencia, tensa las telas de mi vestido, las vuelve sólidas. Soy la vela de un barco imparable, sin guía, en manos únicamente de la naturaleza que me arroja con fuerza hacia adelante. 
Caigo de rodillas. Me aferro al borde del punto en donde el tiempo y el espacio se pliegan sobre sí mismos. Siento que me absorbe la nada. Me arrastra, me rompe, me hace jirones la piel. Me desnuda arrancándome el reloj y la ropa para engullirlas en la oscuridad más absoluta.Me levanto.
Un cuerpo débil, perecedero, pálido, lleno de tierra y sangre. Se me desgarra la garganta. El pulso me golpea las sienes. Avanzo hacia el vacío. Paso a paso.
La nada. No es oscuridad, es la ausencia total, absoluta y definitiva de la luz. Un agujero negro. 
Podría observarlo toda la vida. Podría dar un paso más.

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