La pequeña dedica todas sus horas a este trabajo. Con sus pequeñas y rápidas manos, mueve sus deditos diminutos con una precisión delicada. Toma una "a" y la transforma en una "e". Toma una interrogación y separa el punto del resto del signo. Coloca el punto en su sitio, y se reserva la otra parte, con la que más adelante hará seguramente una "g".
La "g" siempre ha sido su letra favorita. Le gusta deleitarse haciendo florituras con el ganchito de abajo, y hacer un gracioso círculo en la parte de arriba.
Así, día tras día, se dedica a traducir miles de palabras encerradas en celdas diminutas a algo que no haga daño al abandonar la prisión.
No sabe exactamente qué problema hay con esas palabras. Solo sabe que, tal y como están puestas, en ese orden, por muy correctas que sean sintácticamente, hacen daño al salir. Se atropellan y se atragantan. Y sabe que si no salen, se acumulan impidiendo que Ella pueda respirar.
Sabe que tampoco puede hacer mucho. Aunque fuera más rápida, las palabras vienen a una velocidad muy grande y siempre quedan restos de aes tiradas por todas partes -"¿por qué utiliza tantas aes?" se ha preguntado siempre la pequeña.
A veces se salta las normas y echa un vistazo a las frases o las palabras y recuerda por qué prefiere ser buena y no mirar. Rara vez hay palabras positivas encarceladas. "¿Será por eso que las encierra con tanta insistencia?" se pregunta. Pero su pregunta solo resuena y resuena, y sus palabras acaban en una de las cárceles, apretadas entre gritos silenciosos de esos que luego tendría que transformar en palabras como éstas.
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