Todos los mayores estaban en el jardín, bebiendo y riendo.
Elise se había metido en su habitación harta de que hicieran chistes que no entendía y se rieran de su reacción, y ahora los contemplaba asomada desde su ventana, de puntillas para llegar bien al alféizar.
Su tía se tambaleaba intentando llevar otro plato de aperitivos a la mesa. Elise sabía que se movía raro cuando bebía mucho vino, y también reía más de lo habitual. Por lo general ver a los adultos así le hacía gracia, pero hoy no estaba de humor.
Se giró y fue a su estantería. Cogió su cuaderno de tapas duras, hecho por ella misma, y se sentó en la cama a ojearlo.
Su gatita Lily se tumbó en su regazo a observar cómo pasaba las páginas, llenas de recortes, fotos, dibujos y flores. Ambas miraban atentamente cada detalle de cada página durante a veces varios minutos, ignorando las voces que hablaban en tonos elevados desde el jardín.
Cuando Elise llegó a la página en donde había pegado cuidadosamente una hoja de roble, la acarició con delicadeza, cerró la libreta y se estiró en la cama, todavía con la mimosa Lily sobre su regazo.
Se quedó un tiempo tumbada, pensando en qué podía ser eso que la hiciera especial, si lo había.
El el colegio le habían dicho que dibujaba bien, pero también habían alabado al pesado de Tim por dibujar un perro que parecía un monstruo peludo, así que no se fiaba.
Estuvo largo tiempo reflexionando sobre ello, mirando el techo. Incluso Lily se quedó dormida. Al rato ella también.
Cuando se despertó, había anochecido y solo entraba un poco de luz por la ventana. La gatita se había ido y ella tenía frío. Seguía un poco frustrada por no haber encontrado nada que la hiciera especial.
Con el ceño ligeramente fruncido y mordiéndose un poco el labio inferior (esa expresión que ponía cuando pensaba y que el ama Jane siempre decía que la hacía parecer muy adulta para su edad), guardó el cuaderno y salió de su cuarto.
Se dirigió a la cocina, ya que tenía hambre. Mientras mordisqueaba uno de los ricos pastelitos de ama Jane que había quedado en la mesa, pensó en lo bien que se le daba a ésta cocinar. Quizás podría enseñar a Elise a cocinar pastelitos, y así tendría algo que la haría especial...
Ser especial y saberlo. Ella no lo sabe y no lo siente. Pero es inevitable, el tiempo (el roble es testigo) ha de medirla, vestirla y coronarla. La infanta tiene un reino, pero aún no ha llegado al trono, la niña tiene alas y aún descansan sus sueños en un árbol, pero ya alzará vuelo. Una estrella, hundida en la noche, la contempla absorta. Y le espera.
ResponderEliminar(Omar)
Gracias por tus comentarios, Omar >.< son siempre bienvenidos. Me gusta que escribas cosas a partir de mis chorradas.
EliminarA veces, siento que solo escribo cursilerías, pero ya no me importa, escribo lo que escribo porque me nace hacerlo, porque siento lo que siento en el momento de deslizar mis tontas letras.
EliminarMe agrada leerte, me agrada sentir algo mientras leo, me agrada saborear la sensación de ese momento y dejarla caminar al menos un poco más, ya sostenida en mi propio texto.
Es como una nueva forma de hablar. Es como una vieja forma de compartir.
(Omar)
Me encanta cómo usas las palabras ¡y que hayas elegido un diseño del blog TAN parecido al mío! He de decir que la foto de fondo de antes era muy bonita, pero este diseño es más sobrio y pega un poco más con tus textos (al menos este que, por cierto, me ha gustado mucho...) ¿Quién no se ha preguntado alguna vez si es especial? :)
ResponderEliminarTe había comentado este comentario en persona, pero te lo re-comento.
EliminarTienes razón, por lo menos yo me siento más identificada con esto.
Muchas gracias por comentar, mi adorada H, me halaga que te haya gustado algo que salió de mí.
¡Un abrazo estrujante!