Los sueños no viven siempre en el futuro

Hay momentos en los que desearía que no existiese un mañana.
Momentos en los que todo cambiaría si no hubiera que pensar en el futuro, en qué pasará, en qué cambiará... Simplemente vivir el momento, el minuto, el segundo. Seguir lo que sientes y olvidar todo el pasado, todo el futuro.
Vivir el presente.
Gritar al mundo, salir corriendo, abrazar a alguien, decir lo que quieras, apretar una mano, ...
Cosas que generalmente cuestan tanto.
Es una idea preciosa. Pero.. no siempre se puede. Casi nunca se puede.
Y suele ser mejor no hacerlo, a la larga. 
Además, imaginar el futuro tampoco está tan mal. Yo evidentemente es algo que también hago mucho.
Y hacer planes, y querer sacar partido a tu vida, y prepararte para cosas que aún no puedes hacer, sea por lo que sea, y soñar, e imaginarte un futuro mejor... también es precioso. Siempre y cuando tengas las ganas y la fuerza de llevar a cabo tus planes cuando llegue el momento. Aunque no salgan bien.
Pero resulta exaperante guardarse todos esas ganas de hacer algo en un momento determinado. Parece que se acumulan en cada uno, como si cada segundo que pasásemos aguantándonos nos hincháramos más y más, como un globo, una burbuja.
A veces puedes sentir que vas a explotar. Es más, a veces dan ganas de explotar, de arrasar con todo.
Pero no soy tan ilusa como para creer que no importa, que se puede. Sin embargo sí que lo soy para seguir soñando.
Y a eso dedico esos momentos antes de dormir -siempre que no esté a punto de morir de un ataque de nervios gracias a las escenas/impros del día siguiente, ¡claro!-, a olvidar que existe un mañana y dejar volar mi imaginación.
A pasar noches bajo las estrellas sin preocupaciones, a viajar desde mi cama al mundo entero. Al instante que quiera.
Y eso es lo que hago cuando me quedo como una idiota mirando y escuchando la lluvia, cuando sólo se oyen las gotas golpear las calles, y el mundo está borroso.

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